Yo, ya le digo adiós.
No porque se vaya él de Brooklyn, sino porque me voy yo.
Arranco con mis maletitas y mis chamaquitos a cuestas para estrenar la primavera en la isla del eterno verano: Borinquen. Este ha sido un invierno y medio de madre. Estrenamos el mes de diciembre con frío, catarro y fiebre, y culminamos en febreo, pués con más frío, labio partido, fiebre, vómitos y diarreas. Pasando ciertamente por semanas de nevadas dobles y triples, granizo o lluvia helada, muchas pulgadas de hielo, exposición de mugre plasmada en el blanco lienzo de la nieve congelada en las heladísimas calles de esta fría ciudad. Aún así, concurrimos varios playgroups, clases de baile y tres cumpleaños de los amiguitos de Tenoch.
Que más les puedo contar, mientras todo este desmadre descendia en el exterior, Tenoch y yo calentamos mucho el apartamento, horneamos muchas cositas juntos (como ese rico pie de manzana en la foto), pintamos, cosimos y a veces hasta peleamos un poco. Aún mas calientita se encontraba la bebé en mi vientre creciendo, alimentándose y saltando mucho. Ya pronto me asomo al tercer trimestre de embarazo y me tiembla el ama de pura emoción y antcipación.
En estos días solo nos queda empacar, dejar la casa en orden y alzar el vuelo en nave de Jetblue el domingo en la madrugada. Ya quiero llegar a esa costa tan soñada de Punta Borinquen y embelesarme en ese sopor húmedo que azota a las diez de la mañana la pista de aterrizaje del Rafael Hernández. Mi esposo se reunirá con nosotros en la isla dos semanas después y regresaremos juntos a finales de marzo, a una primavera en popa en el corazón de Nueva York.