jueves, 4 de agosto de 2011

La historia de tu nacimiento


Mi Querida Taina,

Han pasado ya varias semanas desde que llegaste al mundo, pero mi recuerdo sigue intacto y una sensación total de dulzura se apodera de mi cuando recuento en mi memoria ese día en que te parí.

Te parí un viernes, a las cinco de la tarde. Te esperé por nueve meses y un poco más, realmente estaba desesperada al ver que pasaban los días y no llegabas. Pero al fin tu llegada fué triunfante, impetuosa y emocional. Tan llena de lucidez y nítida fué la historia que no puedo descansar hasta contarla enteramente:


Llevaba ya tres semanas con contracciones muy leves y para nada dolorosas. Ya habían pasado cuatro días después de la fecha calculada en que deberías llegar, pero llegaste cúando quisistes, cúando estabas preparada y cuando mi cuerpo estaba preparado para tí.  

Es éste uno de los principios que más respeto del parto, el comienza y se desarolla a su propio tiempo, sin contar las horas o minutos, sin presionar el ritmo natural con nada.

Por eso ya había aceptado remotamente la idea que que talvez no podrías nacer en el Birthing Center, sino en una sala de hospital,  pues para poder parir en el primero sólo nos quedaba un día. Era el día en que ya tenía cita con la acupulturista, que trataría de inducir con agujitas el parto, pero no fué necesario, porque ese día llegastes tú.

Desperté a las 4:00 de la mañana con contraciones seguiditas y hasta las 5:00 decido medirlas para notar que llevaban un ritmo progresivo, estas contracciones finalmente duelen. Bueno, eso piensa una (que aquellas dolían) hasta cuatro horas más tardes en que duelen de verdad y cuándo ya estába yo en las puertas del Birthing Center vomitando hasta las vísceras. No fuí oficialmente admitida a las 9:00 de la mañana, sino que mi querida partera Sussanah nos dirigió hacia el Parque Central a caminar por al menos dos horas, y así lo hicimos. Caminamos por las calles de la ciudad, desayunamos (otra vez), subimos y bajamos escaleras eléctricas en el Time Warner Center y ya en la librería Borders no podía más y decidimos regresar. De vuelta al hospital ya eran las 11:00 de la mañana, tenía ya 4 centímetros de dilatación y oficialmente fuí admitida a mi querido Birthing Center.

Varias cosillas hacen del Birthing Center un lugar óptimo para el parto y el nacimiento: es un cuartito cómodo e íntimo–modelado como si fuera el cuarto de una casa, la cama no es de hospital–es una cama familiar, allí no se administra anestesia, ni se abren panzas con bisturi. Pero sobre todo, allí puedes pasar los dolores del parto entre las burbujas relajantes de un jacuzzi. Para mí fué una bendición, después de "laborar" tres horas más por las escaleras y pasillos del hospital, pasar los dolores más intensos en el agua. Las tres horas que me ubicaron en las 3:00 de la tarde con aún 4 centímetros de dilatación me causaron un poco de tensión y me atacó el pavor de sentirme estancada con un dolor que no avanzaba. La bebé sin embargo seguía bajando y yo no seguía abriendo. Así que discutimos la idea de "romper la fuente" o el agua, y después de discutirlo, decidimos hacerlo. Las contracciones prometían ser más fuertes así que mi partera recomendó que entrara al jacuzzi y así lo hice.


El agua, el agua es mágica en la Noche de San Juan, y en esa hora de 3:00 a 4:00 de la tarde, el agua obró milagros en mí. Pude abrirme de verdad. En cuclillas en el agua, fuí capaz de soportar las contracciones más fuertes. El agua soporta el peso de tu cuerpo y permite que tus caderas floten, y las burbujas del agua te ayudan a bailar con el ritmo de la vida que estaba cada vez más cerca. El sonido de las burbujas era una canción que relajaba los sentidos y era imposible tensar los músculos vaginales en el agua, el agua te distrae y las burbujas te mecen. Allí en el agua el instinto manda, el dolor manda, y ya no puede una sino dejarse llevar, dejar el dolor (y la vida) ganar. Al salir estaba dilatada por el agua, ya tenía 8 centímetros.

Lo demás fué el desenlace feliz de la historia. Unas cuántas mega-contracciones en cuclillas sobre la cama, unas ganas brutales en incontrolables de pujar, el seguir mis instintos y dejarme llevar. Tres pujos grandes y allí estás... empapadita y gritando a todo pulmón, como tu mamá gritó unos segundos (minutos, horas???) atrás. Te sentí tan caliente y tan pesada, te sentí tan viva y fuistes infinitamente amada.


Allí encima de mí, no tenía aún fuerzas para tocarte, pero aún conectadas, te llamé Taina. Mi caracolito caribeño, mi diosa del mar, mi indita isleña. Te parí allí y volví a parir a Tenoch en mi corazón. Lo extrañe tanto en ese momento, lo quería junto a mí y junto a tí allí, y luego acurrucadito con nosotras en la cama.


Hoy todavía eres una nueva experiencia en nuestro hogar, eres una nueva aventura, eres locamete apretada y revolcada con gusto por tu hermanito cada mañana (y cada vez que te encuentra en un rinconcito de la casa). Que bueno que llegastes a nuestras vidas, nos haces completos y perfectamente felices.

Te ama y te adora, Mamá.


Fotos del primer mes

El caracolito de ombligo

Amor de hermanos

Vestido hecho por mamá