Por favor, no me lo tomen a mal, sólo utilizo una alegoría para expresar que: ¡le tengo coraje a la lluvia! No sé si son las hormonas (las pobres pagan por todo) o si algo más anda mal, pero me encuentro un poco malhumorada. ¡Acá en Nueva York nos ha caído el otoño sin avisar!
Camino a la biblioteca pública a "la hora de lectura para bebés", nos abrigamos bien, nos llueve, desesperamos... Ya habíamos optado por faltar a la clase de natación, pues está hoy la temperatura en los 60 grados F. Nos encontramos con el compañero de natación y llegamos a "la hora de lectura". Pués el nivel de energía de Tenoch no lo contiene sentado en la alfombra y procede a convertir los anaqueles de libros en pista de obstáculos, y allá corro yo trás él. Al final de la lectura, canciones, juegos (y carreras), nos inscribimos en el programa y nos regalan tres libros y un folleto de rimas. De regreso a la lluvia, el coche, el frío, el camino, la capa de lluvia y la sombrilla, escucho la palabra "caca".
De regreso a la casa miro por la ventana y me entristece saber que el verano nos está diciendo adiós.
¿Por qué le tengo coraje a la lluvia? Pues porque no es amiga de los niños de casi dos años, a los que la vida los llama a correr, jugar, trepar árboles y arrancar hierbas con las manos... Porque el otoño nos viene a cambiar el ritmo de la vida fácil, sin horas, sin noche... Porque no nos gusta el cambio, ni el encerramiento, ni lo apretado, ni lo reprimido.
Será éste un ejercicio de disciplina, entrar en rutina otoñal y en transición al invierno. Aprenderemos a correr en puntillas, a trepar paredes y a arrancarnos los pelos... ó a enfocar las energías en desarrollar y aprender otras destrezas.
¡Que vengan las torres rosadas de Montessori y los jardines de hadas de Waldorf, aprenderemos a jugar sin sudar!