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Hoy fué otro domingo de esos y mientras esperaba a los compradores prospectos repasaba esos rinconcitos: la luz calcando la superficie de las paredes, la cama familiar de noches sin mucho dormir, la esquinita que llamamos comedor dónde realmente compartimos casi todas, sino todas las comidas por casi seis años, la historia que cuenta el piso con cada pincelada de imperfección.
El open house estuvo vacío. Puertas abiertas, pasillos fríos. Día soleado, pero mojado. Ya al final (puertas cerradas) esperé a una amiga que no llegó y esto me permitió salir por unos minutos a caminar y divisar el dia desde afuera: el reflejo en el interior era fiel al del exterior. Viento, silencio, luz y frío.
De regreso del paseo me acurruqué en el sofá con Tenoch y allí mientras lo tenía prendido de mi pecho me puse a contemplar el silencio: unos pasos de chihuahua en el techo... y nada más (solo conozco al perro no al vecino, al perro y sólo de oído). Y así contemplando, reconocí lo mucho que amaba éste lugar, nuestro hogar, nidito de amor, cuna de nuestra cría; dónde hemos vivido los mejores momentos de nuestras vidas. Reflexioné y admití el valor incalculable de éstas superficies imperfectas, éste aposento de luz, éste observatorio de nuestra esquinita de Brooklyn. Las huellas de nuestra vida están en éste lugar, las marcas de nuestro amor, de la vida soñada, planificada, vivida, engendrada, criada. Las huellas, marcas, hendiduras, descoloración, imperfección... son vida.
Y así cerré las puertas de mi corazón y me silencié. Me preparo para una semana de paz, silencio y luz al final del camino.
Esta pieza ha sido seleccionada para aparecer en la sección de “Ellas dicen” del blog de Telemundo 51.